viernes, 21 de mayo de 2010

Sin lugar...




Salir a ver que pasa debajo de la piel de los demás resulta un acto simbólicamente estupido. Consiente de nada, con los pasos abiertos y los zapatos un poco aislados del resto del tiempo. Quisiera párrafos legibles, respetables al final de la tarde, para ser leídos por mí gusto, pero no, eso no pasa, nada de lo que espero pasa en mis manos, o en mi cabeza pasa, las imágenes de siempre se repiten con un cansancio lento. Las cosas, todas las cosas siguen ahí, sentadas esperando que yo las atienda. Como si yo fuera algo distinto a ellas para atenderlas, las cosas señalan, crecen en la quietud que yo quiero.

Una tarde de lluvia siempre viene mal, viene el frío, que sabe a calor hostigante. Una tarde de estas deberíamos desaparecer juntos, todos abrazados a nuestras flojas ideas. Pero esas son palabrotas pretenciosas de niño que se niega a sonreír por gusto, aunque sabe en el fondo que la verdad no existe.

La angustia no es progresiva, se mantiene quieta, inmune al clima.

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