sábado, 19 de septiembre de 2009

Visión L



La parte luminosa de la muralla se desborona por partes, y los hombres corren en pos de creadores inexistentes. No basta seguir las instrucciones: cuatro codos de ancho y siete de altura. No, nada basta, ni siquiera la obsesión numérica, menos los galimatías propios de la histeria. Cada cierto tiempo edificamos el deseo sobre la torre de la confianza y solemos ver como al erigirla vacía, se mantiene vacía.

Precisamos tal vez de cinco imágenes disueltas en la sangre de nuestros vecinos, preferiblemente los conocidos, de ellos no tememos desquites inmediatos. La sorpresa suele paralizarlos. Digamos que, del manojo de las cinco, nos quedamos con la tercera y pasamos los días incubando palabras, que luego son la base de amarguras, venenos del recinto de nuestras miserias y ascos.

Manchado el culo y tullidas las manos, nos damos a la tarea de imponernos la armadura, alimentando los vicios que luego proclamamos como victorias. La cabeza desnuda, sin mayor pudor, como debe ser, no lleva manto. Quiebra el aliento de las falsas apariencias. Las túnicas blancas que fueron reservadas por nuestros viejos, solemos usarlas para el desprestigio de límpidos y jugosos coños de mediodía. La primera imagen, santa mujer que no puede ser coronada por los otoños impuros de nadie, termina mancillada en los sótanos de las cosas que jamás volteamos a ver. De cuando en vez, llega a nosotros un parsimonioso presentimiento, olor, lirio tal vez, tan sólo es eso un presentimiento.

La palma desdibujada, encantada por el fotograma inmediato, podemos dejarla atrás, inmortalizada, de uso decorativo, si se prefiere. Qué decir entonces de la túnica purpura, que no fue enseñada o aprendida, yace en casa. Dejamos que el velo de nuestras mujeres complazca el lascivo amor ajeno, no el propio, ese se mantiene vacio.
Los cadáveres que vamos acumulando en el anverso de nuestros parpados, a esos, arroparlos con El manto amarillo, anhelando, sentir su olor y cantar su sonrisa de nuevo; tal vez, sólo verlos de lejos, amarrando el deseo y salir tras de ellos. Aprender, domar las alucinaciones y convertir los sueños en eso, material para mejores días.

La quinta imagen anuncia la victoria. Los escudos, a diestra y siniestra no logran librarnos de ningún mal. Vemos en el fondo del recinto la espada, la lanza, y el león, que duerme junto a un grupo de hombres; la vanidad es reina, la arrogancia nuestro alcohol, y el ridículo construye los cimientos morales. Y todo lo visto en este sitio, ¿Quién no lo ha visto? No deja de ser un vulgar recreo en medio de los días más vulgares. Ya no queremos imágenes atravesadas por lanzas, las cinco figuras frente a la torre, se desvanecen en lágrimas. Ya puedo incendiar La corona triangular.

Yo a ti no te puedo incendiar L, ardes hace tanto, lejos de la mirada desplegada en los sueños. ¿Sigues ardiendo, aún, como Troya?... los días malditos de la calma chica en que el viento y el mar se nos moría y por más que los remos se afanaran, el sol (ciego sol) nos consumía, y mi sombra... L mi sombra… que trago rico este, baja lento, alucina con el bardo ciego que me dijo en Esmirna que los dioses decretaron jugando nuestra muerte a fin de darles a los venideros un motivo mejor para sus cantos...

Las mañanas sin huevos al desayuno, suelen destilar la impaciencia del insomnio acumulado. Las noches no son claras como antes. Falta el desafuero, la furia y los ojos encharcados de dolor.

Salud L, salud…

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